Miedo. Miedo a la confusión. Miedo a equivocarte. A escoger la opción que quieres, o no. Miedo a fallar. Miedo a hacerlo bien.
Miedo a llevar razón.
Miedo a escuchar esa voz. Miedo, a que sea verdad.
Miedo a esas palabras dichas deprisa, sin tapujos ni restricciones. Miedo a que tuvieran más verdad en ellas de lo que ambos queremos admitir.
Miedo a sentirme ahogada. A fallarme. A fallarte.
Miedo de nosotros. De lo que somos. De lo que podemos dejar de ser.
Por qué no lo dejamos. Lo dice Risto Mejide. Nosotros, que tan bien encajamos.
Por qué no lo dejamos. Si si lo hacemos solo vamos a querer volver. Si si lo decimos, solo va a haber vacío. Si la duda me genera angustia.
Por qué no lo dejamos. Si en el silencio entre beso y beso todo lo que va mal grita. Nosotros, que tanto nos esforzamos en que vaya bien. Yo, que te lo di todo para siempre. Tú, tan ingenuo como yo, que creíste que realmente existen los buenos finales. Porque los felices, esos no. Pero este, al menos, parecía bueno.
Bueno como para arriesgarse. Bueno como para pasar tiempo. Bueno como para aprenderme los sonidos de tus risas. Y memorizar tus lunares. Y creer que tu abrazo me podría aislar de todo.
Incluso de mí. Incluso de nosotros. Incluso de lo que no quiero admitir.
Miedo, a que solo sea una obsesión. Miedo a ese, por qué no lo dejamos.
Porque no. Simplemente no. Porque no me he ido, y ya te echo de menos. Porque no los he dejado, y ya ansío estar entre tus brazos. Y que me beses. Y que me quieras. De la forma en que solo nosotros hemos sabido dárnoslo todo.
Miedo, porque sé que es un error, y aún no ha sucedido. Miedo, porque estamos tan enamorados. Porque mi vida gira tan entorno a la tuya. Miedo.
Terror.
Terror a ese tomémonos un tiempo que resuena en mi cabeza cuando intento callarlo todo.
Porque a ver si ese es el problema. Que aquí estamos. Callándolo todo, menos el miedo.