lunes, 27 de julio de 2015

Ser sincera conmigo misma es últimamente algo que intento evitar. Intento coger mi diario de papel, y escribir, dejándome llevar, pero al final no lo hago nunca. Así que he llegado a la conclusión de que quizá me lo debo. Debo ser capaz de escribir sinceramente lo que siento. Aunque sea una contradicción, aunque no tenga sentido.

Recuerdo tener once años, y pedir irme de aquí. Porque ahí fue donde empecé a tener conciencia del mundo. De la gente. Del dolor. Y no me gustó. He pasado años, soñando, fantaseando con otras vidas a través de mis libros. Me he enamorado más veces que nadie, de cada personaje, de cada historia, de cada mundo irreal. He sufrido, llorado, he deseado de una forma casi aterradora, ser ese personaje, con esa vida, con esos sueños. Porque mi sueño, siempre fue ser una historia. Un libro.

Y ahora, siento que soy un libro. Siento que soy ese capítulo en el que la protagonista cambia, en el que la historia pega un giro que te desconcierta y solo te hace querer pasar a la siguiente página. Cuando ocurre esto, a veces el libro se torna increíble, apasionante; pero también, a veces, cae en picado. La trama. El personaje. Nada termina de cuajar. Y me da miedo no ser capaz de cuajar.

Me da miedo olvidar los capítulos que ya he vivido. Me da miedo ser ese personaje que cambia del día a la mañana y que ves tan irreal porque no sigue una evolución continua. Me da miedo irme, me asusta millones. Porque lo pienso, y me imagino dentro de un mes, en un sitio extraño, con gente extraña. Y se me habrá acabado todo lo común. Dejaré de ver la tele los domingos por la noche con mi padre, dejaré de ir al cine con mi hermano, dejaré de salir con mis amigos, de verlos a cada momento. Dejaré de pasear por las mismas calles que he pisado desde que nací. Dejaré de comer con mi familia, de sentarme en mi sofá, y sentirme segura. De asomarme al balcón y ver las montañas que han sido mi fondo de vida, los edificios que han sido las sombras de mi infancia.

Y estoy tan emocionada. Tan emocionada que me roba el aliento. Porque entonces pienso en todos esos libros que llevo años leyendo. Donde la protagonista comienza la universidad, y todo le va tan bien. Quiero vivir. Quiero sentir lo que es sobrevivir por mi misma. Con mi piso, con mi comida, con mi fuerza de voluntad para estudiar, para salir, para recogerme. Quiero pasear por esas nuevas calles, y quiero verlas como una aventura. Quiero subir cada cuesta como si solo fueran un reto demasiado fácil para mi.

Así que, me quedo quieta aquí, mirando mi techo, en el que dibujé una constelación cuando tenía diez años, y siento miedo, y siento emoción. Y me pregunto, cómo se sentirá acostarme, sin ver pintada ese reguero de estrellas sobre mí.

Y me pregunto, si ha llegado el momento en el que esta historia, tenga un giro en su trama que me enganche, y que me haga pasar la noche desvelada, solo por un capítulo y otro, y otro, y otro, más.

jueves, 23 de julio de 2015

Siento el pulso acelerarse. Siento como mi corazón se desboca en busca de oxígeno, en busca de tranquilidad. Siento como mi mirada se desliza por estas paredes, por estas calles, en busca de un hogar, en busca de algo conocido. De seguridad. 

Pero aquí estoy. Sin respiración. Con más latidos de los que puedo contar. Con un plano en una mano, y las llaves en la otra. Esperando entrar en eso que llamaré mi casa, pero que no es mía. Esperando para entrar en eso que llamaré mi vida, pero que no será mía.

Quiero gritarle a la Vida, al azar, al tiempo, quiero gritarle por quitarme todo esto. Por romperme el corazón como lo está haciendo. Por esparcir a la gente que me ha dado tanto, por territorios tan lejanos.