He celebrado mis 17.
No era una super fiesta, solo mis ocho amigos de siempre. Mis mejores amigos. Esos que me conocen como nadie, los que se que si lloro estarán ahí.
Había alcohol, pero había algo inocente en nuestra forma de beber, como si a todos nos diera miedo desmadrarnos.
Pero me ha encantado. Porque en ese momento he entendido a Charlie (Las ventajas de ser un marginado) cuando decía que se sentía infinito en un solo momento.
He mirado a mi alrededor, y sí, quizá no es lo que una chica de 17 años desearía, pero es lo que yo deseaba.
Este es mi año. Quiero que lo sea. El último para perder la cabeza, el último para poder decir, sí, yo también perdí la cabeza en el instituto. Es el último curso para perder la cabeza como una adolescente, para hacer locuras, para irme de fiesta y bailar aunque lo haga fatal, porque simplemente disfruto bailando con mis amigos.
Es el último para conocer a gente, y más tarde decir, sí, ese iba a mi instituto.
He sido siempre la callada, la que no hacía más que sacar dieces en exámenes. Solo me preocupaba mi futuro y ni siquiera vivía mi presente. No iba a las fiestas que mi clase organizaba, nunca estaba incluida en ningún plan.
Lo único bueno es que conseguí unos amigos verdaderos, y eso difícilmente se consigue. Y sí, puedo crear mis propios planes, ir a mis propias fiestas, y vivir mi propia vida, y no necesito que nadie me incluya en su vida, yo necesito incluirlos en la mía.
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