jueves, 21 de mayo de 2015

Discurso de graduación

Si tuviera que comenzar un discurso, probablemente no conseguiría pronunciar una sola palabra de él, porque terminaría llorando. Os aseguro que sería emotivo, sincero, directo. Os aseguro que lloraríais conmigo. Os aseguro que no expresaría ni la mitad de lo que deseo expresar.

Si tuviera que comenzar un discurso, probablemente lo iniciaría dando las gracias. ¿A qué? ¿A quién? ¿Por qué? Tan solo han sido dos años, no es posible que esta chica se emocione tanto, diría la gente. Y yo les corregiría seguramente, no han sido dos, han sido tan solo nueve meses.

Continuaría explicando que estoy muy agradecida al instituto, a mis padres, a mi familia, al profesorado. Pero me conozco, y se me formaría un nudo en la garganta por tanta mentira. Miraría al frente, y sonreiría. Y agradecería mentalmente a los pocos que me han hecho disfrutar la cultura, y despreciaría a todos esos que no.

Si tuviera que dar el discurso, probablemente no lo haría sola. Estaría conmigo otro estudiante. Seguramente leería algo llegados a este punto, acerca de lo rápido que hemos crecido, de la fugacidad de la juventud, del suspiro que es el tiempo. Y yo resoplaría disimuladamente a su lado, porque el tiempo solo es un suspiro cuando tu abres la boca para dejarlo escapar.

Pero entonces, sería mi turno de hablar. Porque yo me habría pedido esta parte, en vez de el gran final que tienen los discursos de graduación. Qué sentido tiene darle un gran final a una historia que no quieres cerrar.
Y entonces hablaría. Y olvidaría el papel sobre el atril, y dejaría que mi mirada lo dijera todo por mí. Lo haría breve, parco quizá. Pero con todo el corazón en él.

¿No es la vida un suspiro? Diría, continuando lo dicho por mi compañero.
Un curso, apenas nueve meses, apenas un pestañeo de la vida. Pero este suspiro, afirmaría, ha sido como el primer aliento que coges tras una larga carrera, como el brillo del sol tras una larga temporada de invierno.

Haría una pausa, tragaría saliva. Y tan solo sonreiría, y diría lo feliz que soy. Porque yo era esa corredora de fondo que no sabía parar para respirar. Era esa noruega encerrada en casa durante la temporada de invierno. Era esa jugadora esperando darle al play. Y ese suspiro, ha sido en realidad una larga respiración.

Hablaría de ese vacío que siento, tan triste y reconfortante a la vez. Porque solo se siente vacío cuando la vida ha estado llena. Hablaría de las increíbles experiencias que he vivido, de lo impresionante que ha sido ese tiempo ahí.

Y finalmente, haría mi gran final. Mi verdadero final. Y diría tan solo un gracias. Gracias. Y seguramente lloraría después de eso, y la gente pensaría que se debe a ese impresionante cierre que está haciendo mi compañero. Pero lo cierto es que sería ese gracias inundando mi corazón. Porque ni las miles de palabras que me gustaría decir en un discurso, resumirían mejor que esa.

Porque ese gracias, es un gracias por devolverme la vida. Es un gracias por enseñarme a disfrutar, a aprender. A querer. A no tener miedo.
Es un gracias por haber puesto un infinito en un suspiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario